viernes, 28 de diciembre de 2012

"Si y no son las palabras más antiguas y simples, pero son las que requieren mayor reflexión" 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

la mediocridad que cobra venganza

"...Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra "mi señora"; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono."

Extraído de "Bienvenido, Bob"

martes, 25 de diciembre de 2012

la naturaleza y el hombre

"... Dormir o jugar al ajedrez. No hice ninguna de las dos cosas, ni esa noche ni las siguientes. Bajaba de la casa de piedra y, pasando de largo por la explanada que daba a la terraza de mi cuarto, descendía hasta el camino principal y me iba a caminar por las alamedas.  La serenidad de la noche, la vehemencia del perfume de los árboles, el esplendor del silencio, me hacían concebir ideas extrañas y pueriles que creía muertas en mi corazón y que volvían a mí desde el fondo de los años como a través de una tierra calcinada. No tengo empacho en confesarlo. La palabra Paraíso puede cifrar una de esas ideas; el nombre de Christiane, otra. Una de esas noche, con la cara ardiente y tal vez un poco  afiebrado, subí por el camino de la cascada y las dos palabras se transformaron súbitamente en otra: expulsión. El rumo sordo del agua, magnificado por la oscuridad, causaba un poco de inquietud. Era una noche cálida como de verano, pero sentí frío. Me senté con la espalda contra un árbol, al borde de la hondonada, y me levanté todo lo que pude el cuello de la camisa. ¿Cuándo fue que la naturaleza comenzó a darnos miedo?, ¿cuándo fue que la noche, su inocente ciclo cotidiano, comenzó a atemorizarnos? No había nada en esa oscuridad, en ese rumor del agua que caía allá en el fondo, en esos temblorosos macizos de árboles entre cuyas ramas chillaba de tanto en tanto un pájaro sobresaltado, nada que estuviera contra mí. Sin embargo, la amenaza acechaba en alguna parte, elemental e innominada. ¿Cómo y por qué se rompió el pacto entre nosotros y la creación? Tal vez hubo una época en que el hombre se sintió en perfecta armonía con el mundo que lo rodeaba, pera era tan difícil creerlo. Lo que a falta de una palabra mejor, ahora, al escribirlo llamo miedo - esa inquietud, el frío, la sensación de extrañeza - no estaba en las cosas ni venía de las cosas. Estaba en mí."


Extraído de "El evangelio según Van Hutten"

viernes, 21 de diciembre de 2012

"Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien es una realidad." 

jueves, 20 de diciembre de 2012

lunes, 17 de diciembre de 2012

un anacronismo humano


"...Ignatius recorrió tambaleante el camino de ladrillos de su casa, subió los escalones laboriosamente, llamó al timbre. Una rama del banano muerto había expirado y se había desplomado rígida sobre la capota del Plymouth.
–Ignatius, hijito -gritó la señora Reilly cuando abrió la puerta-. ¿Qué te pasa? Parece que estuvieras muriéndote.
–Se me cerró la válvula en el tranvía.
–Ay, Señor, Señor, entra en seguida, que hace mucho frío.
Ignatius se arrastró penosamente hasta la cocina, se derrumbó en una silla.
–El director de personal de esa compañía de seguros me trató muy ofensivamente.
–¿No conseguiste el trabajo?
–Pues claro que no conseguí el trabajo.
–¿Qué pasó?
–Preferiría no comentarlo.
–¿Fuiste a los otros sitios?
–No, evidentemente. ¿Tú crees que estoy en condiciones de complacer a posibles patronos? Tuve el buen gusto de venirme a casa lo antes posible.
–No agaches las orejas, hijo mío.
–Yo nunca agacho las orejas, madre.
–No te enfades, hijo. Encontrarás un buen trabajo. Sólo llevas unos días buscando -dijo su madre y luego le miró-. Ignatius, cuando hablaste con ese hombre de la compañía de seguros, ¿llevabas puesta esa gorra?
–Pues claro. En aquella oficina no había una calefacción como es debido. No sé cómo los empleados de esa empresa logran mantenerse vivos si tienen que exponerse día tras día a un frío semejante. Y luego, aquellos tubos fluorescentes asándoles los sesos y cegándoles. No me gustó nada aquella oficina. Intenté explicarle al jefe de personal los inconvenientes del lugar, pero no pareció interesarle mucho. Y acabó adoptando una actitud francamente hostil -soltó un eructo monstruoso-. Sin embargo, ya te dije yo que pasaría esto. Soy un anacronismo. La gente se da cuenta y les fastidia..."


Extraído de "La conjura de los necios"

martes, 11 de diciembre de 2012

"¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas, un vientecillo tibio, la paz del espíritu."